Jorge Peñaflor, un voyerista

En las últimas horas de este domingo 25 circuló la noticia: murió el maestro Jorge Peñaflor, un personaje de la trama social nacional que se refugió en Acapulco desde muy joven, en el más absoluto silencio hasta la hora de su muerte.

Académico en la Universidad Autónoma de Guerrero, profesor y exdirector de la Preparatoria 7, este encorvado guanajuatense, entre la cátedra, la tertulia y el poco debate intelectual que pudo darse entre visitantes y acapulqueños residentes, fue captando durante años, décadas, a través de su vieja cámara fotografía leica, el archivo más grande de cuerpos masculinos desnudos que se conozca en Acapulco y que lamentablemente, en una reacción provocada por el miedo a las campañas moralistas e hipócritas de los gobiernos priistas y panistas contra la pornografía, fue a parar a la hoguera como una forma de protegerse contra el descrédito, el señalamiento y el terror.

El maestro Peñaflor, conocido como “el profesor Peñaflower” por el humor homofóbico acapulqueño, fue con su respectiva distancia, sin tanta pompa, nuestro barón  Wilhelm von Gloeden (1856-1931), fotógrafo alemán que desarrolló su carrera fundamentalmente en Italia, reconocido por sus estudios de desnudos de jóvenes sicilianos “que generalmente aparecen, con poses muy cuidadas, en marcos de referencias clásicas”.

El maestro Peñaflor, enamorado de la fotografía, siempre consideró a esta expresión como un arte para el disfrute personal y el de un selecto grupo de conocedores  admiradores del desnudo masculino.

Sus fotos no fueron pornografía, porque siempre buscó realizar composiciones preciosistas, cuidando los encuadres, la puesta en escena, la iluminación natural con el absoluto respeto a sus modelos. La mayoría de ellos, le solicitaban que los fotografiara para mostrar y preservar para siempre en una gráfica la belleza temporal de sus cuerpos. Él tomaba la foto y le entregaba copias a los improvisados modelos, gente de la calle.

Que yo sepa no retrató paisajes, siempre cuerpos desnudos, imágenes explícitas, algunas con fondo de paisajes naturales, el mar, la playa, los acantilados, sólo como pretexto para ver, para retratar, para preservar imágenes sobre plata y gelatina. La mayoría de sus fotos son en interiores y luz natural. S

us modelos siempre fueron jóvenes acapulqueños o avecindados acá, de todas las clases sociales, algunos distinguidos juniors hijos de los caciques de la oligarquía cevichera, meseros, pescadores, estudiantes.

Lo que sé es que el maestro nació en Guanajuato y fue profesor en algunas instituciones del Bajío de nuestro país.

Su formación académica se dio en el Seminario y estudió filosofía y psicología. Una experiencia que lo marcó de manera definitiva fue la que tuvo en Cuernavaca, Morelos.

El maestro Peñaflor, como lo conocíamos sus amigos, era un hombre culto, un caballero de lengua libre, fue alumno de Gregorio Lemercier, un monje benedictino belga que fundó un monasterio en el estado de Morelos donde pretendió introducir reformas a la liturgia católica, previamente al Concilio Vaticano II, de la mano del obispo progresista Sergio Méndez Arceo, ideólogo mexicano de la Teología de la Liberación.

En el monasterio el padre Lemercier aplicó el psicoanálisis freudiano al grupo de monjes interesados en la experiencia de renovación litúrgica, ejercicio que no gustó a la conservadora jerarquía religiosa, que dio la orden de cerrar el convento y los monjes fueron obligados a renunciar a la vida religiosa, incluido Lemercier, quien desde la vida laica continúo intentando introducir la terapia psicoanalítica a la fe católica.

A Lemercier nunca le importó la orientación sexual de los monjes, sino la certeza de que ingresaban al monasterio por verdadera vocación religiosa y no por convivir con otros jóvenes. Esa experiencia académica vivió nuestro maestro Peñaflor.

Años después, esa historia sería trasladada al cine en la película El monasterio de los buitres (1973) dirigida por Francisco del Villar basada, en una novela homónima escrita por Vicente Leñero.

Ya estando viviendo más de 10 años en Acapulco y siendo reportero de Cultura del periódico El Sur, platicando un día con Carlos Monsiváis en el café Astoria del puerto, el escritor me dijo.

—¿Conoces a Jorge Peñaflor?

—Quién no conoce en Acapulco al maestro Peñaflor –respondí.

El cronista de multitudes lo visitó a su casa y juntos vimos parte del impresionante archivo fotográfico integrado por miles de fotografías.

De regreso al hotel donde estaba hospedado, Monsiváis expresó: “Peñaflor no es un pervertido. Es un voyeurista en el sentido más estricto del concepto. Mira a través de la cámara por placer”.

Varios años después, en la alborada de las hipócritas campañas contra la pornografía y la pederastia del panismo, una noche recibí una llamada telefónica.

Era el maestro Peñaflor, aterrado, para comunicarme su miedo: “¡Voy a quemar mi archivo fotográfico! ¡Estos prianistas son capaces de todo: de incriminarme, de acusarme, de encarcelarme, de matarme!”. Y colgó.

Anoche recibí la noticia de su muerte y las autoridades culturales del municipio y del estado, ciegas, mudas, ignorantes, sin siquiera manifestar alguna dolencia. Eso sí, los lamentos y los pésames para un político muerto este día no se dejaron de expresar en cascada.

Que descanse en paz, el guanajuatense y acapulqueño, maestro Jorge Peñaflor.