Señoras y señores, adultos todos. La Noche  de los Lagartos es una gran trabajo narrativo, eso que llaman novela total.

No se por qué el autor de este meticuloso trabajo, el coyuco Octavio Navarrete Gorjón, no la tituló La Noche de los Alagartos, como le dicen por acá a este descendiente de los  saurios, sobreviviente de las últimas glaciaciones que se refugió en nuestro trópico infernal, con algún sentido, para dar muerte a miles, a matones a sueldo, pero también almas buenas, como el hijo de Polo Marín, que da pie a esta historia sobre nuestro mito fundacional y nuestra guerra sucia.

Lo que sí sé, y no acaba de sorprenderme, es la capacidad del autor, más conocido como ensayista, su paciencia de relojero, su tiempo invertido y prusianamente perdido, su imaginación, su inteligencia, para construir esta historia colosal desde acá, desde donde,  según el imaginario mexicocéntrico, sólo estamos echados en la hamaca, cojiendo.

Este entarimado literario, formado con pequeñas piezas, obtenidas de aquí, allá y acullá, de la realidad, de la imaginación, de las lecturas, de los archivos policiacos, de la investigación, de la conversación con todos, desde el soliloquio profundo, testimonial, esto que desde su aparición podemos considerar como la gran novela del sur, la gran novela sobre la historia de nuestros más de 500 desaparecidos. Nuestra cuota sanguínea en la construcción del gran edificio de la democracia mexicana.

Casi al terminar el año qué pasó, con  mucho escepticismo recibí de manos del autor, este libro verde, de raro aspecto, para su lectura. Era como el gesto del padre bondadoso que me entregaba a un hijo, como doña Sole encomendó alguna vez al huérfano al cura de su pueblo para cuidarlo. Así recibí el mandato del autor de este mamotreto, no ajeno a la desconfianza.

¡Ah, doña Sole! Matriarca, personaje central de la novela, dueña de un corazón de cinco estrellas, como su casa, un arca para los sierreños, arrieros, donde esperaba que escamparan los diluvios torrenciales para continuar el camino.

Mi incredulidad hacia la literatura local creció al hojear el libro, ver su acapulqueña edición, su descuidado diseño, creo que hasta grotesco, y que en ese momento confirmaba mis prejuicios sobre las ediciones locales.

Quiero confesarles que he comprado libros sólo por su atractiva edición, afortunadamente fondo y forma han estado a la altura, nunca nada desproporcionado, nada escandaloso, tampoco.

Al introducirme a las aguas de ésta laguna de letras que cuenta la historia de un alagarto ciego, la historia me atrapó quedando expuesto de alguna forma a la voracidad narrativa del autor.

La manufactura laboriosa, los recursos retóricos, la elocuencia del cuentero me relajó y me dejé llevar hasta caer devorado por el cuento corto que soporta las subsecuentes historias que forman el gran cuerpo de La Noche de Los Lagartos. Mis prejuicios se derrumbaron en algún momento, sin sentirlo, ya estaba en las fauces del alagarto. Historia que por sí sólo es un libro solo.

Los conocedores aseguran que una novela total, es algo colosal, con cientos y cientos de páginas, aunque no siempre es así. Ésta tiene más de 500. Hay muchos ejemplos que rompen esta falsa apreciación. ¿Y Pedro Páramo, apá?.

La novela, como le llama Octavio a esta mezcla de historias, textos periodísticos, testimonios y narración literaria, que reúne en La Noche de los Lagartos, nos enseña a pensar y repensar nuestra historia local sometida a la narrativa del Centro, con una deslumbrante capacidad que juega con la complicidad del lector, estableciendo diferencias entre la ficción y la realidad.

Pocos guerrerenses desconocemos lo que ocurrió aquí en los años setentas; pocos conocemos los detalles de esta etapa histórica a profundidad, con documentos y testimonios, como lo hace el periodista Octavio Navarrete, y nos lo demuestra en la novela que hoy presentamos aquí.

Incluso, los muchos, conocieron a los personajes de esta historia bien contada desde acá, en la calle, en los cafés, en nuestra despampanante vida porteña de mujeres que esperan a los hombres que vienen del mar.

Los conocimos, los vimos en los movimientos sociales, leímos sus declaraciones en la prensa, pero sin conocer a profundidad su historia, los móviles de la trama social que la novela evidencia. La guerra de guerrillas, nuestra guerra fría y violenta, las jugadas de un ajedrez donde estaba en fuego la disputa de la nación y que se escenificó en El Paraíso.

Como periodista que cubrí movimientos sociales en Guerrero, y en particular, los de la Costa Grande, sobre todo aquellos de los ochenta para acá, lamento no haber escuchado más a Octavio Navarrete, que por algunos años fue compañero de Redacción, y mostraba en sus ensayos, sin hacer tanto  aspavientos, de lo que sabía y estaba gestando.

Falta de pericia del joven reportero para buscar voces confiables o egoísmo de parte del hoy novelista, quien bien pudo haber sido una fuente periodística importante para dar mayor luz a las notas y reportajes, que con dificultad se realizaban en un ambiente hostil a la oposición y a la verdad.

Este es un trabajo exhaustivo, de años, que con celos ha guardado, y guarda, quién sabe dónde el autor. Por ejemplo, la bitácora de los vuelos de la muerde desde la base aérea de Pie de la Cuesta, al fondo del pacífico océano. El abc de la tortura, el recurso del método de la muerte contra la oposición política, la escuela de cuadros para la tortura y las desapariciones, los especialistas en picana que continuaron ejecutando por años los alumnos más avanzados, los guardias y garantes del partido único y que todavía aplican, con otros fines, en la actualidad, de cuerpos destazados, embolsados y abandonados en los caminos o flotando en ríos contaminados.

La  noche de los Lagartos está compuesta por historias que se cruzan, se tejen, mientras otras son caminos paralelos, historias que nunca se junta que parecen no ser parte del mismo cuerpo, pero que transitan en el mismo sentido narrativo para describir la infancia, la juventud y madurez del autor, en el contexto que le tocó vivir y contar, en un Macondo a las orillas del Río de Coyuca, de las costas laguneras infectadas de insectos, de violencia brutal, que nos ha arrojado a décadas de soledad.

Realidad y fantasía se penetran, dos polos opuestos buscando lo mismo, pero hacen diferencia. Encuentro, realismo, ficción, humor fino y a veces forzado (aquella máxima sobre los embardados de los panteones es extraordinaria); verdad como ausencia de opacidad, que por momentos nos lleva a no encontrar diferencia entre uno y otra.

Octavio juega con el potencial que tiene la literatura, es un hombre leído, lo demuestra a lo largo de su novela y usa datos históricos, fechas, revela historias, inserta piezas en el rompecabezas aún no del todo terminado, que es la historia dolorosa del sur, algunas veces, manoseada por escritores fuereños; algunos lo hicieron con lucidez y éxito, referencias necesarias aquí mismo por nuestro autor.

Es una novela construida con la influencia de muchas, muchas lecturas, erudición e inteligencia y largas jornadas de trabajo.

La parte histórica se las dejó a los historiadores. La recomiendo absolutamente. Y le deseo mejor destino a este esfuerzo de mi amigo Octavio Navarrete Gorjón, entre ellas, encontrar a un buen editor y una editorial profesional que la haga circular dentro del mercado editorial.

*Texto publicado el 22 de marzo del 2019 durante la Feria Internacional del Libro Popular en Acapulco