Fugarse al pasado es útil cuando el presente apesta. El México de hoy agobia con desafíos excepcionales: la pandemia, que ha cobrado 84 mil vidas, cifra dudosa; una crisis económica minimizada por el gobierno; la violencia imparable y explosiva… y lo que falta.

Si el presente no tiene remedio, es mejor acusar al pasado.

En el nuevo calendario “cuatroteísta”, 2021 será un jolgorio; conmemoraremos 700 años de la fundación de México-Tenochtitlán, 500 años de la conquista imperial y 200 años de la consumación de la Independencia. Si el innombrable Felipe Calderón celebró en 2010 el bicentenario del inicio de la Independencia, el año entrante viene la revancha. Fiestas y fastos para encontrar la identidad perdida, para sacarle el corazón al neoliberalismo en la piedra de los sacrificios.

Se trata de hacer política con la historia.

Para el presidente, resulta estratégico sensibilizar a la corona española y al Papa para que, junto con el Estado mexicano, ofrezcan disculpas a los pueblos originarios por excesos y crímenes cometidos hace 500 años y de paso, recuperar el penacho de Moctezuma; misión imposible, ya lo sabemos.

Por eso la necesidad o necedad de borrar el pasado. Por eso Colón dejará de ser glorieta y calles del centro histórico cambiarán de nombre.

Por eso hay que borrar huellas de opresores y asesinos. El pasado no proyecta un mejor futuro, pero condenarlo ayuda a desviar la atención para evitar las molestias del presente.

Fuente: Quadratín Guerrero