Por: Misael Habana de los Santos
Lo sucedido el pasado sábado en Estados Unidos, en Pensilvania, con Donald Trump, nos puede servir de ejemplo sobre lo que ocurre cuando se siembra odio. Cuando se exacerban los ánimos y se propaga la violencia, esta se convierte en un boomerang: se lanza al adversario y vuelve al emisor.
Muchos actores políticos crean este ambiente de descrédito del otro, enfrentan al otro y siembran odio contra minorías. Tarde o temprano, este odio se revierte y suceden cosas como lo de Pensilvania, como le ocurrió a Donald Trump, que no es precisamente un enviado de paz, ni durante el tiempo que ha estado en el gobierno, ni como candidato en su primera y segunda vez, buscando el gobierno federal para hacer negocios a través de sus empresas. Difundiendo el mercado y las ideas del partido del té, la violencia y el descrédito del otro han sido recurrentes y un arma frecuentemente utilizada por el recién nombrado candidato del Partido Republicano al gobierno de Estados Unidos.
Recuerden aquellos hechos cuando un grupo de lúmpenes estadounidenses invadió el Capitolio de los Estados Unidos y causó destrozos, ostentando el odio contra la vida pacífica y civil de la democracia estadounidense. Muchas veces exaltada desde hace siglos por Tocqueville, un teórico de la democracia estadounidense que escribió planteamientos teóricos sobre cómo en Estados Unidos se sembraron las bases para la representación ciudadana y para el juego político, precisamente para eliminar la violencia en una sociedad confrontada no solo por la cuestión económica, sino también por la segregación racial.
Entonces, lo que vimos en Pensilvania fue el resultado del odio, del enfrentamiento y también una advertencia sobre los peligros que corre el proceso electoral, aún largo para su conclusión, dejando a un lado el descrédito o la eliminación del otro por la violencia verbal o física.
Esto me recuerda un poco la campaña que se realizó en México, donde uno de los grupos opositores al presidente Andrés Manuel López Obrador, grupos radicales conservadores, algunos grupos panistas y priistas, utilizaron el lenguaje de la violencia y del descrédito, incluso llamaron a agredir a los candidatos y al mismo presidente de la República. Afortunadamente y gracias a la sabiduría del pueblo, la estrategia del odio trumpiano en México no funcionó. El pueblo, como dijera el presidente de la República, le da protección y lo protegió en muchos momentos. Sin embargo, estos grupos desacreditados nunca pudieron sembrar a profundidad en tierra fértil el odio que buscaba por cualquier vía evitar la continuidad de la segunda etapa de la transformación.
Hoy me dio muchísimo gusto escuchar a la presidenta electa, virtual presidenta de este país, Claudia Sheinbaum, hablar precisamente sobre el tema. Rechazó y descartó completamente utilizar un equipo de seguridad para su protección. Se deben tomar las medidas pertinentes, pero creo que no es necesario ni tampoco hacer eco de esta situación.
Porque hoy vemos, después de lo de Pensilvania, que Donald Trump llega a Milwaukee, a la convención del Partido Republicano, como un héroe, como un baluarte de la democracia, como si ya hubiera ganado la batalla electoral a través de este show violento que impacta a la sociedad estadounidense desinformada.
Creo que por ahí no ve el camino y creo que la gente que estamos por acá también en la lucha por transformar las estructuras sociales en distintos ámbitos de la sociedad, debemos considerar esta enseñanza que nos deja el atentado del pasado sábado a Donald Trump y el impacto que tuvo en una sociedad mediática.
Afortunadamente, no pasó a mayores, pero sí es un buen jalón de orejas, no fue un jalón de orejas, fue un rozón de orejas por una bala en cobre de uno de los personajes más violentos en los últimos tiempos en la escena política estadounidense. Defensor del armamentismo, miembro y aliado del club del rifle. La bala que lo hirió en la oreja derecha fue disparada por un francotirador que vive en una sociedad en donde es más fácil comprar una pistola que un medicamento.