Acapulko Tropikal / Misael Habana de los Santos

 

El número 43 nos sigue marcando. Unos manifestantes exigen la aparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa; otros manifestantes post Otis los 43 mil pesos de apoyo para la reconstrucción.

 

Miles, todos los días y hasta por varios días, hacen largas filas para obtener enseres para el hogar que otorga el gobierno federal.

 

El olor agrio inconfundible de la basura descompuesta penetra en mi cuerpo, no solo por mi nariz inflamada, sino también, por los poros de mi piel como filosas agujas que provocan ardor.

 

El área poblada de hoteles y condominios para uso de turistas de clase media es una vía preñada de gente que pare basura a su paso, que va esparciendo desechos orgánicos e inorgánicos como una plaga de langostas. Son damnificados, son sobrevivientes de Otis, son los miembros de una tribu de la subespecie de neandertales que subsiste como las cucarachas aún después de nuestro pequeño apocalipsis y qué, como nómadas urbanos, emigran por calles nocturnas y diurnas en busca de los enseres prometidos por el gobierno para los acapulqueños que la furia de Otis perdonó.

 

Entre gritos de vendedores que ofrecen lo que puede comprar la gente con menos de cincuenta pesos: ¿Qué se puede comprar aquí con este billete morado? Muchas baratijas y alimentos nutritivos y chatarra: chamoyadas, atoles, picaditas, tacos al pastor, cacahuates, sueros, chícharos, tortas, bolillos con relleno, coca colas — muchos de los que están en línea llegan con sus coca colotas de dos litros con kilos de tortilla — aguas frescas, tacos de guisados sazonados con salmonelas.

La basura indica la vía de la necesidad rumbo a los apoyos. El testimonio por doquier: pedazos de pizza barata del color del amanecer, vasos de unicel chorreados de chile y café y que amenazan llegar al mar, bolsas de papas, latas de refresco, escombros, lodo, aguas descompuestas color de chocolate, olor a orines, enjambres de moscas devoran los desechos que generan y dejan la larga cola de damnificados de Otis, más de mil, en busca de enseres.

 

Pegados como lapas a la barda que rodea el Cici esta multitud impaciente, algunos con tres noches en vela o mal durmiendo en sillas de plástico, sobre pedazos de cartón, en colchonetas que regalaba el priísta Fonden, esperan obtener sus enseres antes de que caiga sobre el país la guillotina de la veda electoral, eso dicen, eso rumora la gente sin más información que la que generan ellos mismos.

 

La mayoría de la gente aquí amotinada hasta que le entreguen su refrigerador, su estufa, su ventilador, sus trastes de cocina, su licuadora y su colchón que les prometió el presidente AMLO, poco sabe de tiempos electorales, pero la información que corre de boca aquí tiene sus efectos y se construyen mil rumores que alientan o desalientan la esperanza de los pobres y de una clase media, media jodida.

 

Así que para estos acapulqueños la prioridad es tener los enseres antes de las primeras horas del viernes en que inicia la otra fiesta, la de los que buscan la representación popular que les permita entrar al paraíso del dinero público.

 

La Guardia Nacional vigila y somete a control a ciudadanos rebeldes que encaran a los uniformados de gris. “No se muevan”, “manténganse en sus filas o los saco de aquí”, “no grabe o le quito el teléfono”, “si quiero lo saco de la fila” grita a los ciudadanos un mozalbete uniformado .

 

También se quejan de ellos los diableros que dicen que tienen “que mocharse” con los de la GN y los soldados para que los dejen trabajar.

 

Los transportistas que trasladan enseres también tienen su rosario de quejas en contra de los uniformados de verde y gris. Los roces son constantes.

 

 

En las filas de espera se dicen muchas cosas que difícilmente se pueden probar. Afirman en sus conversaciones que se venden lugares en mil pesos, que los uniformados meten a la línea a su gente y si protestas te amenazan con sacarte de la fila o hasta de suspender el reparto. Y después de tres días de cola no le queda a la gente más que el silencio, el sometimiento a los gritos, la prepotencia y el autoritarismo.

 

 

Treinta y tres horas después, unos amables jóvenes militares me hicieron pasar donde descargaban centenas de refrigeradores Samsung con internet y cinco artículos más, entre ellos, un colchón, una pequeña estufa y un ventilador.

 

 

Con cien pesos para un diablero y quinientos para el transportista que llevó a mi casa los enseres, cerré esta jornada que inició el martes por la mañana y que concluyó este miércoles después del mediodía con evidentes síntomas de una grave insolación.