Misael Habana de los Santos

Por: Misael Habana de los Santos

Gracias a Dios que es sábado.
El reloj biológico no tiene contratiempos. A tiempo del tiempo, antes de que otra ingeniosa invención para medir el paso de la vida llame tu atención, el cuerpo te indica que ha terminado la función de cine-soñar, y se prende la luz.

Afuera, las chachalacas en coro celebran el día, apostadas en los árboles que dejó en pie la misericordia de Otis a su paso destructor por el bosque de Cumbres de Llano Largo.

Me sirvo un café, doy un sorbo y miro los troncos secos de los árboles que no resistieron el jaloneo, los golpes, que desprendieron sus raíces del suelo. Algunos fueron arrancados de raíz y ahí se ven patas arriba. Otros quedaron discapacitados para seguir apuntando al cielo y se recostaron sobre rocas, sobre otros árboles de por vida.

A unos metros de la terraza donde saboreo, disfruto el sabor frutal de un café de nubes Oaxaca, veo una palma de coyul inclinada en un ángulo de 45 grados. No estaba así, era erecta como la verga de un barco. Otis la dejó así como un tronco más. Después de las lluvias del mes pasado ya le salieron palapas, ya enderezó su copa, hasta una vaina copada de flores, que se ha convertido en la fiesta de cucos y abejas, adornan su otrora espigada belleza.
A pesar de su fragilidad y tal vez por eso también su resistencia a los fuertes vientos, o por suerte, en el momento en que todos los acapulqueños renegaban de ella, dos chilamates grandes sobrevivieron para testimoniar su apego a la vida.

Uno quedó tirado y desde ahí reverdece con múltiples retoños que apuntan al cielo. Otro enclenque, chueco, de largas ramas pelonas ya luce hojas verdes donde se cobijan del sol las tortolitas.

Frente a mi casa, entre el tupido bosque que me rodeaba, siempre sobresalían en este océano verde tres parotas, entre decenas de guanácaxtles crecidos a lo largo del arroyo que serpentea por la barranca, que como acorazados varados apenas eran movidos por el viento refrescante que entra por la bahía de Santa Lucía.
De los tres, Otis dejó uno, el más viejo, el más resistente, con sus brazos de pulpo, pelones, sin una hoja. Su imagen daba lástima. Al entrar la canícula ya tiene hojas, ya ha dejado de mostrar sus brazos desnudos, ya comienza a mostrar su majestuosidad.

Los otros dos, convertidos en troncos y ramas secas, ya están cubiertos de helechos y enredaderas donde se posan las chachalacas, las calandrias, las cucuchas, los güichos, las iguanas y las urracas.

Y bueno… estamos en fin de semana, nos vamos de descanso sábado y domingo. Hay buenas noticias: el territorio nacional no fue golpeado por el huracán Beryl. No con la intensidad que se había pronosticado. En cuanto a magnitud, el huracán Otis sigue siendo el rey de la destrucción . ¡Maldito prestigio!