Misael Habana de los Santos.
Parte Dos.
—¿A dónde va? Allá dentro no queda nada, solo libros —me dijo una señora de Costa Azul, que era auxiliada por un joven al robarse una mesa del restaurante de lo que fue Sanborns Oceanic.
El comentario compasivo de la rapiñera pretendía evitar que hiciera un viaje inútil en busca de alguna mercancía, lo que implicaba caminar entre vidrios, vitrinas derribadas, envases rotos y papeles, y todo ese escenario de desorden y abandono que dejó Otis y después el saqueo.
Al llegar a lo que fue la sección de libros, advertí que los saqueadores no le habían prestado atención a los volúmenes bien empaquetados en plástico transparente. Ni siquiera el viento ni la lluvia generados por el huracán habían tocado, ni siquiera con la hoja de un árbol desojado por el viento, a centenas de textos que estaban regados y encimados a los pies de anaqueles patas arribas.
Había cientos de títulos distribuidos por la tienda de Carlos Slim, pero también títulos de autores clásicos, como la gran mayoría de los que dejó el Premio Nobel Gabriel García Márquez, “Confesiones de una Máscara” de Yukio Mishima, el último libro de Guillermo Arriaga, y la biografía de Gustavo Cerati “Algún tiempo atrás” escrita por un periodista gaucho.
Había muchos más títulos, incluyendo algunos de Gaby Vargas con consejos y reglas de urbanidad para clasemedieros aspiracionistas, los cuales discriminé y no guardé en el botín de 25 textos de primera que llevé a casa.
No pude resistir llevarme dos tomos del último libro de Anabel Hernández que habla de Acapulco (Las mujeres del narco; amar en el infierno), confieso que nunca había leído a la periodista, hasta este texto que descloseta a sectores de la oligarquía cevichera y a la clase política guerrerense vinculada al narco poder. Algo para regalar a amigo de pocas lecturas y ávidos de chisme e información para esta largos días en la hamaca.
Me dijeron personas de confianza que en Sanborns del centro se llevaron todos los libros, no dejaron ni uno, ni siquiera para sobrellevar el encierro obligado por Otis, los utilizaron para prender fogatas en las barricadas para la seguridad nocturna que hicieron los vecinos del downtown.
Y ellos justifican diciendo “es que todo estaba mojado”. Así el fuego consumió cientos de volúmenes y miles de ideas para calentar a estos cavernícolas que se protegían de hordas salvajes de delincuentes saqueadores.
El mar de la tranquilidad está en la luna…
La tranquilidad del mar es inquietante, casi sin oleaje. Esto permite a una grúa de la Secretaría de Marina, tan alta como un edificio, estirar su largo brazo y antes de entrar al agua, abrir su gran trompa para luego morder algún objeto en el fondo del mar.
“Está sacando las lanchas y yates, que con todo y capitán hundió Otis”, me dice un viejo sesentón de piel curtida por el sol y de ojos verdes.
“Hay 5 compañeros que no aparecen, cinco capitanes que no quisieron dejar sus embarcaciones a la deriva la noche que golpeó Otis y murieron en ellas”, me dice y comienza a recordar sus nombres y el de sus embarcaciones. Los otros tres marineros miran la operación y manejo de la estructura metálica que levanta un pesado casco de una embarcación de una tonelada y media de peso. Los movimientos de la máquina parecen los de un gran dinosaurio torpe anterior a las glaciaciones.
“¿Cómo el huracán no iba a hundir a la lanchita de fondo de cristal (El Cuinique) si sacó del mar aquella estructura, una draga de casi 200 toneladas de peso?” se pregunta y señala una balsa de metal rectangular que muestra su roída superficie cubierta de caracoles petrificados en el malecón sin gente.
Es ingenuo pensar que los hombres de mar ignoraran la información que daba la capitanía del puerto sobre el fenómeno que se acercaba errática y peligrosamente hacia la bahía de Santa Lucía.
“Es que un capitán siempre debe ver por su barco. Hasta el último momento”, me dice sin dejar de mirarme con sus ojos verdes medio nublados cubiertos de cataratas.
“Para los pendejos. Yo dejé el barco, mejor me fui a cuidar mi casa. Allí me esperaba mi mujer en esa noche de lluvias”, dice Alberto, el capitán que desde el Malecón de Acapulco, sentado en un muro, espera que el mar les entregue los cuerpos de sus compañeros.
“El verbo es rapiñar…”
Tú rapiñas, él rapiña, ella rapiña, ellos rapiñan, ustedes rapiñan… ¿Nosotros rapiñamos? Viene de rapiña. Otis no tiene nada que ver con la rapiña, él solo creó las condiciones para que los pobres salieran a buscar comida y luchar contra el hambre de todos los días, el jueves 26 de octubre de 2023, más intensa.
La rapiña realizada por hombres encapuchados, en motos, en camionetas y con armas largas en diversos centros comerciales, no fue por comida, fue por amor al dinero fácil y se llama delincuencia organizada.