Pedro Billetes / Abel E. Baños Delgado.

El Ing. Agrón. Pedro Garcés Ramos, llegó muy joven a la región de la Costa oaxaqueña, a finales de la década de los setenta, específicamente a la Sucursal “A” Puerto Escondido. Fue contratado directamente desde la Oficina Central del Banco Nacional de Crédito Rural (BANRURAL) en el entonces Distrito Federal. Recién había egresado de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Guadalajara, por lo que se hacía necesario capacitarlo en la elaboración de proyectos agropecuarios, en aspectos crediticios y en la organización de productores, labor que recayó en el Jefe de la Oficina de Créditos Refaccionarios.

Cuando se consideró que ya estaba preparado, se le envió como responsable de la asistencia técnica a la Sucursal “B” Pochutla. Una vez adscrito a esta sucursal operativa y en virtud de que la mayor operativa estaba destinada al cultivo de café, se le envió a cursos de capacitación en establecimiento y rehabilitación de cafetales a la zona de Huatusco, Veracruz y a la república de Guatemala. En 1981, el responsable de los financiamientos a largo plazo, fue promovido como Gerente en una Sucursal “A” en la región del Istmo del estado de Oaxaca y se llamó a Pedro Garcés Ramos, para que ocupara el puesto vacante.

En poco tiempo se hizo gran amigo del gerente “A”, quien no pudo realizar sus operaciones fraudulentas con el técnico anterior y empezaron a fijar porcentajes y comisiones para el otorgamiento de créditos refaccionarios obteniendo pingües ganancias por este motivo.
Dos o tres años después, lo nombraron subgerente de la Sucursal “A Tuxtla Gutiérrez, donde se identificó plenamente con el gerente “A de la capital chiapaneca, quien era un individuo sin principios morales, por lo que inmediatamente hizo equipo con el Ing. Garcés.

En esos años designaron como gerente general del Banco Regional del Istmo a un individuo corrupto hasta los huesos, por lo que las comisiones por los créditos se hicieron una costumbre y una ley en el ámbito de esta institución. Llegaron a instituir el “diezmo” como una obligación sine que non del acreditado o del solicitante de crédito, es decir, el interesado en un financiamiento tenía que aportar por adelantado el diez por ciento del monto solicitado y de esta manera, la autorización se daba de inmediato. Además, si el objeto del crédito era maquinaria agrícola, vehículos de carga (camionetas de redilas) e insumos agrícolas (insecticidas, fertilizantes, etc.), los proveedores tenían que aportar como una obligación ineludible su contribución monetaria para considerarlos en el padrón respectivo y poder surtir el bien financiado.

El Ing. Pedro, después de su paso en la Sucursal “A” Tuxtla Gutiérrez y gracias a su sobrada eficiencia en los sobornos, fue designado gerente en algunas sucursales de Chiapas y Oaxaca. Se despachó a lo grande y en poco tiempo ya tenía una cadena de farmacias en toda la región de las costas oaxaqueña y guerrerense, pero además, ya se había extendido a Chiapas, pero para evitar investigaciones y elucubraciones de todo tipo, invitó a uno de sus hermanos que trabajaba de caballerango en una cuadra de equinos en Estados Unidos de América, para que se viniera a México, se hiciera cargo y apareciera como dueño del negocio farmacéutico en las principales poblaciones de la Costa de Oaxaca y la Costa Chica de Guerrero. Mientras él se dedicaba a la instalación de tiendas de agroquímicos, en las mismas poblaciones donde estaban ubicadas las farmacias.

Ocupando las funciones de gerente en Río Grande, Oaxaca, fue tan alarmante los casos de corrupción que trascendió a nivel nacional y fue intervenida por agentes de la Procuraduría General de la República. Apresaron a algunos técnicos e inspectores de campo, que se encontraban en la oficina y los que andaban fuera de ella, al enterarse del operativo se fugaron a diversos puntos del país y del extranjero. Esta sucursal del Sistema Banrural fue la primera que se cerró a nivel nacional a causa de la corrupción imperante.
Se hicieron las investigaciones pertinentes y el jefe del área técnica se declaró culpable de ser el responsable de haber organizado las corruptelas en la Sucursal y fue recluido en la cárcel durante algunos años, mientras a Pedro se le premió como gerente en la Sucursal “A” Pichucalco, es decir, lo pusieron donde verdaderamente había para seguir repartiendo a sus superiores y continuar incrementando su cuantioso capital.

Para el año 2003, desaparece el Banco Nacional de Crédito Rural y se crea la Nacional Financiera.

A estas alturas, Pedro ya estaba hinchado de billetes, renunció tranquilamente a la institución crediticia que le dio cobijo y sin investigación alguna, se dedicó a administrar sus productivos negocios, que manejaba desde la capital chiapaneca, lugar donde se estableció definitivamente. Era tanta la riqueza que acumuló, al grado que el pueblo le quitó los dos apellidos heredados de sus padres y lo bautizó simple y llanamente como “Pedro Billetes”.

Mientras su cómplice, el palero que asumió la culpa de las irregularidades en la Sucursal “B” Río Grande, después de algunos años de cárcel fue exonerado del delito de robo a la Nación y quedó en libertad definitiva. En un principio, se dedicó a desempeñar algunos empleos donde se ganaba la vida modestamente. Pero Pedro podría ser un sinvergüenza redomado pero no un individuo mal agradecido, por lo que como premio a quien lo libró de la cárcel y el desprestigio, le estableció una serie de tiendas de agroquímicos en las principales poblaciones de la Costa Chica de Guerrero y la Costa oaxaqueña.

Al paso de los años, su hermano el presta nombre de las farmacias, se dedicó a cortejar a cuanta mujer agraciada se le atravesó en el camino y como era agradecido con los favores sexuales que le prestaban, les construía cómodas residencias y las llevaba a disfrutar de exquisitas viandas en los restaurantes más exclusivos del rumbo y fuera de él. Pero pronto quedó en bancarrota y además, se rumoraba por confesiones de las concubinas, que había perdido el vigor sexual. Hasta que un día desapareció del lugar y ya no se le volvió a ver, pero eso sí le dejó la última farmacia y algunos edificios a la cortesana más allegada.

En tanto, a Pedro Garcés Ramos el artífice de la asombrosa fortuna, quién sabe qué enfermedad lo atacó y muy joven entregó su alma al Creador o al demonio, ya que por su comportamiento ético su espíritu no merecía gozar de las mieles del Paraíso, pero eso sí dejó a la viuda y a sus herederos, una cuantiosa fortuna que aunque estaba manchada por el pecado de la avaricia y el robo, no dejó de ser un opulento patrimonio familiar, amén de que en esos años la corrupción se justificaba con expresiones como: “la supo hacer” y “lo pusieron donde hay”.