Misael Habana de los Santos

Por: Misael Habana de los Santos

En los 160 kilómetros de la supercarretera federal 200 inaugurada el domingo por el presidente AMLO, en el tramo Huehuetán-San Juan aún se están pintando las líneas, faltan banquetas, y hay columpios peligrosos.
Sin embargo, aún quedan dos meses para que concluya la administración y hay tiempo suficiente para terminar, dijo el presidente de México, aunque al oreja perforada Donald Trump se le olvide.
La carretera que va desde Nayarit hasta Guatemala y viceversa continuará su ampliación de Cuaji hasta Puerto Escondido en el próximo gobierno, prometió la virtual presidenta electa Claudia Sheinbaum Pardo.

“Te salvaste de mí, maldito”

En el mercado de Cuajinicuilapa, una vendedora de tabaco de color del ébano enciende el primer puro del día, el humo se esparce dejando un olor picante y a tierra húmeda.

— ¿Cuántas veces ha venido el presidente AMLO a Cuaji? —le pregunto.
— Un chingo y muchas veces más —responde tatuando el aire con el humo de su sonrisa:

— Pero ¿cuántas veces exactamente? Insisto.
Mis fosas nasales se han impregnado de humo como si hubiera estado por largas horas frente a una chimenea. El humo de una fogata se queda pendejo frente a esta fuente de smog mañanero que marea a todos, estoy seguro, incluso a quien lo genera. No tengo dudas, es un chacoaco. Y esto nada tiene que ver con la mercadotecnia, es llanamente un vicio. Y esta deliciosa adicción le despierta todos los nervios de todos sus sentidos.

— ¡Sepa la verga! —dice, sin pena ni gloria, esta mujer a quien apenas conozco desde hace 15 minutos.

Tiene razón la vendedora de hojas de tabaco producidas en las tierras ribereñas de los ríos que, como venas abiertas, bañan los bajos donde viven las comunidades afrodescendientes. Nadie sabe exactamente cuántas veces ha visitado AMLO Cuaji, ni siquiera él mismo. Muchos años antes, cuando estaba construyendo el movimiento de Morena, visitó la cabecera municipal y sus poblados en varias ocasiones. Visitó no una sino varias veces los municipios de la Costa Chica guerrerense y oaxaqueña.

El arraigo de AMLO aquí es tanto que el domingo, en el mitin de Cuaji, recordó los recorridos por esta población con su amigo Andrés Manzano, economista de la UNAM, cuijleño y ex presidente municipal durante el tiempo glorioso del PRD. Ninguno de los dos fue ajeno a las largas caminatas diurnas y nocturnas, acompañados por la escandalosa fiesta de los zanates a la hora de ir a dormir o de levantarse, convenciendo a la gente de que el amanecer del país ya se vislumbraba.

— ¿Cuántas veces ha venido AMLO a Cuaji? —Pocos tienen el dato preciso, tal vez los historiadores; la gente común no lo recuerda, ni siquiera el mismo AMLO. Como presidente, ha venido tres veces. La primera vez, cuando la sensual y golosa Minga de los Diablos se le acercó y le frotó sus nalgas infladas al ritmo de la charrasca, la armónica. Ese día, frente a la multitud que festejó el desparpajo de la mojiganga, el presidente de los mexicanos descalificó cariñosamente el atrevimiento con una sonrisa: “Ésta Minga es muy lepera”.

Por toda la Costa Chica

Quien entendió bien el mensaje colocado en mantas a lo largo de la carretera federal, desde Acapulco hasta el lugar donde vive la cultura que estudió el antropólogo (Gonzalo )Aguirre Beltrán, fue el presidente de Tlapa, Gilberto Solano Arriaga. Él le dijo a AMLO “mi comandante” y aprovechó para agradecer la construcción de un hospital tipo 2 en el corazón de La Montaña.

El “Hasta Siempre” de las mantas a lo largo de la carretera es parte de la herencia dejada por la Revolución Cubana y que la izquierda de Morena usa para despedir al mejor presidente que ha tenido este país desde Tata Lázaro. Ahora, el pueblo mixteco, en señal de respeto, lo llama “tata presidente”, como le dijo varias veces el alcalde de Metlatonoc, Idelfonso Montealegre Vázquez, quien pidió a AMLO cumplir con la promesa hecha de construir un hospital que no se ha realizado.

Antes de llegar a la Unidad Deportiva de Cuisla, un grupo de personas de Vallecillos entonaba: “Aquí se queda la clara, la entrañable transparencia de tu querida presencia, Comandante Che Guevara”. En la memoria de la izquierda costachiquense, el canto interpretado por Carlos Puebla y magnificado por el caifán Oscar Chávez sigue siendo el himno para despedir a su héroe y a la gente que ama. Y la frase cala. Al final, un grupo de mujeres afroindias, tristes y al borde de las lágrimas, se lamentan no haber podido estar cerca del “cabecita de algodón” para abrazarlo. Maldijeron a los organizadores que colocaron vallas metálicas , como estacadas,para segmentar a los invitados, impidiendo tocar y abrazar a quien, desde lo alto, supo bajar y tocar con su palabra y hechos a los siempre vejados por estos parásitos mal llamados políticos, que ya vienen inclinándose hacia el lado de la corrupción desde Morena. Por su imagen y acciones los conoceréis.

Cuajinicuilapita…

La gente aguantó la espera porque sabían que tal vez sea la última vez que verán en persona a su presidente. Y como saben que es un hombre de palabra, están seguros de que cuando salga se irá directamente a La Chingada, a ver a los saraguatos, a las guacamayas y a redactar su próximo libro sobre la cultura de los pueblos originarios antes de la llegada de los conquistadores.Y ya no lo volverán a ver en vida, me dice una joven mujer sin dientes consecuencia de la descalcificación.

Dos horas después, llega AMLO con su invitada de honor, la doctora Claudia Sheinbaum Pardo, acompañados por la gobernadora Evelin Salgado Pineda y por funcionarios de la Secretaría de Comunicaciones saliente, Jorge Nuño Lara, y su relevo, Jesús Antonio Esteva Medina. También está presente el alcalde de Cuaji, Edagardi Miguel Paz Rojas. Tras ellos, un festivo carnaval de danzas, mojigangas, bandas musicales, flautas, tambores,chirimías, tigreras y armónicas.
Una mujer afrodescendiente de Cuajinicuilapa les da la bienvenida con versos halagüeños. Unos diablos con una minguita, no lepera, bailan. El presidente, como un abuelo, levanta en brazos a la pequeña minga de estos diablos.

Los discursos de todos fueron muy emotivos. La presidenta electa habló de la continuidad, recibiendo largos y ruidosos aplausos. La gobernadora de Guerrero pronunció uno de los mejores discursos que le he escuchado, concluyendo con el poema de Amado Nervo que declamaban los niños de las escuelas públicas en los sesenta (“vida, nada te debo; vida, estamos en paz”), con el que cierra “Gracias”, el último libro de AMLO. Encendidos aplausos. Por cierto, el aplausómetro indica que la presidenta y la gobernadora fueron las ganadoras.

El presidente AMLO reconoció los resultados y debe de saber que el triunfador para la gente es él.
Un logro de él y de millones de mexicanos que hicieron la gran marcha hasta aquí.
Una batalla ganadas al conservadurismo y la corrupción del viejo régimen. Una faena.
Aquí en Cuaji, los afrodescendientes le reiteran su cariño, reconocimiento a su trabajo y le otorgan a través de la danza, las orejas, la cola y las patas de un humilde toro de petate que se retuerce en una sinfonía de colores y música en una representación pura de fuerza como fuente de la vida, la muerte y la inmortalidad en el Olimpo de sus pretensiones como cantó San Álvaro Carrillo y como sigue cantando la gente en estos días de fiestas por el Señor Santiago.

Y la ausencia de alguien comenzó a triunfar. Pero la vida sigue como muchas cosas que tal vez para algunos no tienen sentido.