Misael Habana de los Santos.

A estas alturas muy pocos ciudadanos pueden sostener que el Partido Revolucionario Institucional pueda continuar con el PRIvilegio de mandar en los próximos años como lo hizo durante la larga noche de la dictablanda que casi duró un siglo con el lastre que su marca registrada generó: la cultura de la corrupción en la vida pública de sus miembros más encumbrados.

Hay quienes vaticinan para el proceso electoral del 24 quedar a un paso de la desaparición y quedar en el imaginario de la gente como un triste recuerdo.

El martes pasado en el salón donde se dio a conocer la renuncia del político y empresario Ricardo Taja al tricolor, repleto de líderes secciónales de ese partido, ninguno de los presentes podía negar que esa gente olía y transpiraba PRI.

Muchos de ellos, personajes centrales en las movilizaciones de votantes en barrios y colonias populares de Acapulco en distintos procesos electorales que llevaron al triunfo a sus candidatos.

Alguien en la sala trató de teorizar sobre esta cultura y este comportamiento político.

“El PRI es como una iglesia. Los auténticos priistas como los que están abajo del presídium son como evangelizadores. Son capaces de todo para defender a sus santos”, expresó alguien que está a punto de tirar a la basura la fe que lo llevó al poder y a los recursos públicos.

Lo que no le dije es que también hay Iglesias que pasan de moda y que algunos de sus líderes han sido encarcelados y desprestigiados por sus propios excesos, la corrupción, como le sucede al ex partidote.

Pecados de la alta jerarquía política tricolor que hoy le echan en cara los feligreses y el clero que no ha tenido oportunidad de hacer lo mismo que hacen los acusados porque estos le han cerrado el paso a los veneros de los recursos públicos que ha encumbrado económicamente a varias familias a lo largo de los últimos 90 años.

¿Cuál es el reclamo principal de Ricardo Taja y su grupo político a quienes hegemonízan al PRI guerrerense?

No exigen cumplir principios doctrinarios, no piden auditoría y castigo a los “corruptos” dirigentes, no se solidarizan con las demandas de la sociedad contra los políticos priistas corruptos que convirtieron el erario en botín, no claman la moralización de la vida pública.

No, nada de eso. Solo exigen representatividad, participación, aunque sea deteniéndole la pata a la vaca extraviada que matan y destazan ante sus ojos, quieren espacios para ganar puestos de representación popular que permiten el acceso al poder, a la administración y al dinero de la gente y al que solo tienen “derecho” los que él dice “tienen secuestrado al PRI”.

Dentro del código de mafiosos la demanda tal vez puede ser legítima y dentro de estos grupos esas exigencias también se hacen con acciones pragmáticas, incluso, con violencia.

Esperemos que en la disputa por las ruinas del prinosaurio y los intereses de los dueños del botín no lleven el agua al río.

Ricardo Taja, que se dice dueño de 80 mil votos obtenidos en procesos electorales pasados, toma la palestra y responsabiliza a quienes considera los culpables de su salida del tricolor: tres familias, que según él tienen secuestradores al PRI, Astudillo, Añorve y Juarez Cisneros; el poder nepótico y la acumulación escandalosa de los puestos de representación popular por estos tres grupos.

El martes los tajistas y su grupo de seguidores quemaron sus naves. Parece que no hay retorno. La desbandada en el PRI ha iniciado. En 2024 seremos testigos del fin del cacicazgo tricolor en Guerrero y la consolidación de nuevos grupos políticos o los mismos, hojalateados, bajo otras banderas.

Yo como soy escéptico creo que entre la clase política local y la corrupción hay una frontera muy frágil, muy porosa… y me parece que no tienen remedio.