Misael Habana de los Santos
Descanse en paz, Manuel Rivas Gómez
Este lunes marrón, nublado, triste, de antier, murió en Puerto Escondido, Oaxaca, mi padrino de bautizo Manuel Rivas Gómez.
Lo recuerdo de manera especial porque además era mi tío, primo de mi padre y se querían como hermanos carnales que eran.
Un fuerte abrazo para su esposa Angelica de León y sus hijos a quienes no conocí mucho, pero a los que el afecto, el cariño, la historia, la sangre, nos unió definitivamente.
Les platicaré un poco. Los hermanos Manuel y Josefa Rivas Gómez –madre de la embajadora de México en la OEA, Luz Elena Baños Rivas– aún siendo jóvenes y solteros, primos hermanos de mi padre, bautizaron a casi toda la prole Habana de los Santos. A los hijos de Juanito, mi padre, y de Noya, mi madre.
Mi mamá también estaba emparentada con ellos por parte de los Rivas, con el tío Felipe Rivas, el rico comerciante de Jamiltepec, hermano del tío Tirso, creador de las inolvidables limonadas (gaseosas) Sol, que el imperio de la Coca-Cola destruyó con su pesada maquinaria de mercadotecnia que generó adicción.
Años atrás, mi padre se “robó” a mi progenitora como contaba la narrativa de mi abuela sobre el hecho, aunque la mayoría del pueblo asegura que se había huido –“juyó”, dice la gente– con Juanito.
Mi abuela materna le quitó a mi padre a su hija querida. Para resarcir la falta a la familia De los Santos Baños mi padre fue encarcelado y mi madre depositada en la casa de una familia respetable, mientras se casaban por las dos leyes.
Mi madre, de 16 años, fue depositada por tres meses en la casa del tío Felipe y de la tía Inés en Jamiltepec. De ahí salió de blanco a la iglesia, como exigían las buenas costumbres de la época. Sus padrinos, los jóvenes primos de mi padre, Manuel y Josefa Rivas Gómez.
Los niños de la nueva familia que no fueron bautizados por los hijos de la hermana de mi abuela paterna, sólo no lo hicieron por circunstancias mayores, enfermedad de los críos y esas urgencias que exigen la bendición celestial en una Costa Chica aún deshabitada de ciencia médica.
Mi padre fue huérfano de padre y madre desde niño, así que él y sus hermanos siempre tuvieron como protección a la tía Inés y a su esposo el tío Lipe, quienes le dieron trabajo en los lugares donde tuvieron negocios, como Collantes o Jamiltepec.
De ahí creció la hermandad, el cariño y la cercanía de mi padre con sus primos, a quienes hizo padrino de bautizo de sus hijos, y los acompañó en todo momento hasta estas últimas horas.
Recuerdo mucho a mi tío y padrino Manuel en sus visitas a Huazolo, ya casado con Angélica, a veces pernoctaban en la casa paterna y mi madre los atendía, les invitaba a comer durante las fiestas del pueblo.
Mi padrino fue basquetbolista y le gustaban las peleas de gallos, seleccionado del representativo de este deporte en Jamiltepec.
Ya casado emigró con su esposa Angélica, miembro de una distinguida familia de la región, a Puerto Escondido donde nacieron sus hijos y en donde construyó una exitosa y tranquila vida después de muchos sinsabores y de irracionales conflictos familiares que lo asilaron en el paradisíaco lugar.
Muchos capítulos de una gruesa novela podrían escribirse sobre esta familia Rivas Gómez, mi familia, que darían para una historia digna para el realismo mágico de nuestro Macondo que es la Costa Chica.
Que descanse en paz, mi padrino Manuel Rivas Gómez. Y un fuerte abrazo solidario para los miembros de las familias Rivas, Gómez, De León, Baños, Habana, Reyes, etc.