Reflexiones sobre la democracia

 

Algunos quisieran aquí una democracia como la de Dinamarca. No debemos pedirle peras al olmo. Tenemos lo que podemos. Estamos aquí y los tres poderes locales en Chilpancingo, nada tiene que ver con Borgen.

Podría haber dicho también la sobada frase de que Guerrero no es Disneylandia y no sirve como sustento a la siguiente reflexión sólo por pudor y porque ese territorio mítico robado a la realidad por la industria del espectáculo gringo ubicado en Anaheim, California, nada tiene que ver con la igualdad social y sí todo con la injusticia, la fatuidad y la frivolidad muy ad hoc a nuestra clase política pozolera y cevichera.

Y la búsqueda de la justicia real y verdadera, en muchos sentidos, sí tiene mucho que ver, como aspiración, al nivel de vida político con Borgen, término coloquial con el que se conoce al Palacio de Chistiansborg, sede del Parlamento y oficina del primer ministro en el país escandinavo.

Pero vivimos aquí, no hay más. Aquí nos tocó vivir. Y como dicen en la Costa Chica, al más descarado soñador (¡pisa tierra!) trato de agarrarme con las uñas a este tierra que tiembla todos los días.

Nadie más o menos informado podrá negar que vivimos en una democracia y que es nuestra democracia: coja, abollada, jodida, imperfecta, hijaeputa. Pero es nuestra hija. Nosotros la hemos hecho y no sé si en estos momentos es peor a lo que tuvimos hace unos 50 o 40 años.

No, nada qué comparar. Mucho ha cambiado la realidad de entonces a la de ahora. Antes el Ejército sofocaba sublevaciones populares arrojando a los disidentes vivos en vuelos de la muerte al fondo del mar. Hoy ese trabajo lo hace el narco emparentado al poder político, en sus enfrentamientos y balaceras.

Mucho ha cambiado. Nadie podrá negar que votamos en libertad, acudimos a la urna y rayamos una boleta para escoger a nuestros representantes populares. Esa es una forma de democracia reconocida aquí y en la Escandinavia.

Me podrán decir que se puede ir a la urna bajo la espada de Damocles del hambre, de la falta de educación escolar y cívica, del desempleo, como no lo hace el maestro, el soldado, el empresario, la mujer liberada. Pero se acude a las urnas.

Sí, tal vez bajo coacción de la despensa, el tinaco, la esperanza desnuda, la ideología ciega, la manipulación, pero se ejerce el sagrado derecho de tener opción a elegir aunque sea a los mismos bajo otra máscara.

Pero votamos. Y Lo hacemos antes instancias insaculadas por la sociedad donde se cuelan los más “listos” con discursos renovados: cambiar o morir. Autoridades electorales parciales, pero que fingen imparcialidad que nadie les cree.

Hay candidatos diversos, hay partidos políticos a escoger. Hasta ahí no llegan los mejores, llegan los que ganan, los que someten con métodos lícitos e ilícitos a los demás en un juego aceptado por los contendientes.

El demócrata puro dirá que acceden al poder los impresentables, los corruptos, los fuertes, los malos con cara de buenos, pero son los mismos que nos pidieron la anuencia, el voto, para llegar ahí. Eso también es democracia.

¿Y quién dice que no hay democracia? Si tenemos el arma, el mecanismo, el voto, para relevar a los desprestigiados, a los corruptos aunque sea por otros dizque diferentes y que serán iguales a los desplazados hasta que su destino o su putrefacción con el dinero público los alcance.

Así son nuestros actores políticos. Hasta ahora no hay otro guión. Se podrá cambiar de actores, hay rostros frescos, nuevos, pero la telenovela parece ser la misma. El melodrama histórico de Guerrero, no de Borgen, continuará. Esté usted pendiente, la nueva temporada está a punto de iniciar.