¿Por quién votar?

 

¡Arrancan! La caballada bien cebada arranca en busca de las presidencias municipales en el estado de Guerrero. Lo que debería ser una fiesta de la sociedad por renovarse sólo es la oportunidad “legítima” de las sectas, es su placer hedonista de permanecer, de conservar, de más de lo mismo, para que nada cambie y, al fin, todo siga igual, pero con otros rostros al mando del poder.

Tan sólo en Acapulco hay una decena de aspirantes de todos los colores. Un arcoíris electoral en la noche de los gatos que vivimos.

Una alta participación de candidatos y de propuestas, en un mercado electoral constreñido por la crisis económica y la desesperanza.

Vamos a unos comicios que estarán determinados por la enfermedad coyuntural venida de Oriente y un padecimiento sistémico: la Covid 19 y la corrupción en “nuestra” clase política adicta al dinero público. Y pasmados, observando, la tolerancia social y la endeble resistencia del cuerpo social a ellas.

Esta altísima participación en busca de representación, en cualquier lugar del mundo sería una celebración democrática. Hablaría de una consistente y profunda intervención ciudadana en la cosa pública. Hablaría de una sociedad adulta con instituciones sólidas y a prueba de todo tipo de achaques.

En una sociedad políticamente sana, ese menú partidista que tiene el electorado guerrerense en cada una de sus demarcaciones municipales, hipotéticamente sería la oportunidad de marcar en la boleta a la persona o al partido que mejor represente las convicciones, la ideología, los deseos, la confianza de la ciudadanía, para que sus pares administren sus contribuciones fiscales.

No quiero decepcionarlos y ustedes lo saben, lamento decirlo, pero las cosas no son así.

La última esperanza del pueblo de transformar la vida pública por la vía de la política la tuvo en el proceso electoral pasado, hace tres años, y hoy herida de muerte, decepcionada, agoniza en la más cerrada oscuridad sin aún poder ver la alborada que se había anunciado en el horizonte.

Entristece pensarlo, comentarlo, escribirlo, pero la búsqueda del poder por los actores que abanderan las diversas ofertas políticas registradas por las autoridades electorales no son lo que dicen ser, no denotan lo que connotan, son flores sin aroma.

Son verdes sin ser ambientalistas, son humanistas que no creen en los derechos humanos, son de izquierda que creen en el más ruin mercado, son demócratas obsesionados por el control, luchan contra la corrupción porque no son parte de ella, combaten al nepotismo si no es en su familia.

Son, pues, representantes de sí mismos, de su grupo, de su mafia… son, pues, la misma mierda contra la que dicen luchar mientras no demuestren ser congruentes a la hora de ejercer la administración pública, con las ideologías existentes, al menos en teoría y que dicen abanderar.

Y ante esta situación, ¿qué se puede hacer? No tengo respuesta colectiva, ni para cada uno de mis cinco lectores. Desde luego, si intento resolver algunos interrogantes que tal vez sólo apliquen para mí. Ahí van.

Como no estoy en capacidad de levantarme en armas, opción constitucional contra la injusticia, sólo me queda la palabra.

Y así ciegamente afirmando para golpear las tinieblas hay que utilizar la denuncia pública desenmascarando a los participantes, tal vez contra las mismas reglas del juego, en este baile de máscaras.

Y después de todo, ¿por quién votar? Una perogrullada, pero el voto es suyo, y usted se lo da a quien quiera… Sí, ya sé, no hay por quién votar, pero no venda su voto, no lo destruya, mejor absténgase no votando por alguien en específico y será otra forma de ejercer la responsabilidad ciudadana frente a este menú de impresentables avalados por ídems partidos políticos.

Vote, no se abstenga. La abstención le podría salir aún más caro.