Misael Habana de los Santos.
Este día de las madres amanecí en Finlandia. Vine porque me invitó una paisana de Santa María Huazolotitlán a quien quiero mucho y que vive en este lugar de helada primavera (9 grados) y de auroras boreales. Ustedes no están para saberlo pero mi madre la quería mucho.
¿Una huazoloteca en el Helsinki? Es una de los cinco oaxaqueños que por diversos motivos viven aquí sin dejar de vivir en Mexico, abrazados a nuestra cultura, a nuestros sabores y a la pinche nostalgia congelada que guarda a nuestra tierra en lo más profundo del corazón.
Y además, para ello permítame usar el infame lugar común como chaleco salvavidas, los oaxaqueños vivimos donde se nos pega nuestra chingada gana.
Así que me amanecí desayunando huevos con chorizo, frijoles refritos, tortillas de maíz, café de nubes Oaxaca en el departamento de Edith Castillo Larrea, mi paisana, que se encuentra ubicado a solo dos cientos metros de la estación de un modernísimo tren eléctrico (Huapalahti) que va de Helsinki al aeropuerto.
Edith, como mujer costachiquense también hace aquí tamales, baso relleno, pan de vida, picaditas, enchiladas rellenas, pozole y todo lo que se le antoja comer así tenga que buscar especias y yerbas parecidas a las mexicanas en exóticos establecimientos, entre ellos, los mercados tailandesas.
Mi paisana que se viste aquí con huipiles oaxaqueños y guerrerenses que dijeran en mi pueblo “empañan la vista” nos atendió a Alma y a mi como tatamandoñis.
En esta temporada el día aquí inicia en las primeras horas de la madrugada y la noche entra a las 10 pm. Por diciembre la oscuridad, que no la noche, solo es de tres horas y los finlandeses trabajan, aman, duermen, viven bajo las bombillas eléctricas.
Están tan acostumbrados a vivir como vampiros en sus noches largas que al circular por las calles es obligatorio utilizar pequeños reflectores, un pendiente en cada bolsa del abrigo, para ser visto en un radio de 360 grados.Así es parte de la vida en la noche.
Cualquier persona que viene del trópico, de el sur, al ver a esta gente espigada caminar por las calles o montados en cómodos, modernos y limpios trenes que viajan al norte, al sur, al este y oeste, en un primer momento, pueden pensar son unas torres de hielo. Pero no.
Los finlandeses son los seres más afectivos, amables, solidarios y abiertos a comunicarse con todos, incluyendo a los diferentes con ellos.
Finlandia es un país de un poco más de cinco millones de habitantes, el 10 por ciento viven en Helsinki.
En esta ciudad de belleza nórdica ya se siente el peso de la estética arquitectónica rusa, la influencia cultural del otro imperio en este lugar donde fluyen diversas expresiones religiosas, tan solo en el centro de la ciudad a orillas del Mar Báltico al menos hay tres catedrales que son edificios emblemáticos pertenecen al culto ortodoxo, luterano y católico.
Los helsinguinos tienen un gran centro para tan pequeña ciudad en la que se concentran exclusivos centros comerciales que manejan las marcas más cotizadas de occidente, estaciones de trenes, templos, embajadas y un limpio mercado de mariscos que mira frente a frente a los edificios de los tres ordenes de gobierno y a yates y embarcaciones que parten a destinos predecibles.
En el mercado del mar (Kauppatori) pueden encontrarse variedades vivas y preparadas, desde el arenque, pulpo, camarones salmón y caviar.
También puede encontrarse artesanías que recuerdan el no muy lejano pasado rural de este país antes de convertirse en una especie de Silicon Valley en la zona.
En el interior de Kauppatori se ofrecen pieles de zorro, gorros y bufandas, carne de reno, bocadillos de pescado y vinos.
No pude substraerme a los marítimos sabores de estas especies de aguas congeladas y probé todo lo que me dieron al pasar por los puestos del mercado porque estos güeros tienen una costumbre también mexicana: ¡la pruebita! que tanto gusta a Edith, mi paisana de Huazolo, que vive aquí y que la hace visitar con frecuencia a estos lugares.
Pero el viaje… continuará.