Por: Misael Habana de los Santos.
No soy especialista en urbanismo ni en nada que se le parezca, pero la mañana del 25 de octubre del año pasado, al ver a mi alrededor el caos, me puse a llorar y con los pedazos de todo, incluso los de mi corazón, inicié la dolorosa reconstrucción, pieza por pieza, de mi hábitat fraccionado y transformado por Otis en un rompecabezas.
En ese momento, al encontrarme expulsado del paraíso de Cumbres de Llano Largo, si no hubiese tenido explicaciones técnicas y científicas sobre lo que son los huracanes, lo hubiese relacionado con cosas propias del demonio. Y le hubiera dado la razón a los que, todos los domingos a las ocho de la mañana, puntuales como un reloj digital, tocaban la campana de mi casa para hablarle a este periodista descarriado sobre las llamas del infierno y el Apocalipsis.
Después de Otis, en una conferencia matutina, me dio la palabra el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador. Después de hacer una reflexión, le hice una pregunta. La reflexión iba en el sentido de que Otis nos había dejado a los Acapulqueños y a nuestra ciudad literalmente desnudos, mostrando nuestras miserias, nuestra pobreza oculta por la vegetación, mostrando nuestros problemas, a una ciudad arrasada por lo que más nos enorgullece: el turismo. Porque el turismo es como un huracán que, al llegar a un lugar, mata suavemente como una canción.
Una ciudad pensada por la gente adinerada para el turismo y el comercio. Nunca estos creadores de un pueblo mexicano para gringos pensaron en sus habitantes como ciudadanos con derechos, sino como parias que mostraban el vientre a los visitantes por unas monedas.
Una ciudad como set cinematográfico, una ciudad de vidrio y cartón que cambiaba su rostro en cada temporada turística, poblada de bares, restaurantes, discotecas, tiendas exclusivas donde circulaba el dólar y quien quisiera el billete verde tendría que bailar como un perro para quien pagaba el servicio.
En ese tránsito entre el paraíso natural y destino turístico, nos quedamos con la ciudad que necesitan los ricos del nuevo desarrollo económico. E inició la construcción de una ciudad de una sola calle para el turismo, de un espacio para la frivolidad gobernado por los blancos locales y negros blanqueados, ideológicamente hablando, la oligarquía cevichera, los que se han enriquecido sirviendo a los turistas. Una ciudad para el jet set, una ciudad para blancos adinerados, una aspiración perenne con la que se llenan la boca las autoridades, incluso las de la 4T.
Los oligarcas locales que han explotado los recursos de Acapulco, construyendo en humedales, en selvas bajas caducifolias, con toda la responsabilidad de la industria inmobiliaria.
Le dije al presidente que todo este escenario descubierto por Otis también era una oportunidad para construir un nuevo Acapulco, una ciudad más humana, más fraterna, más solidaria, una ciudad con áreas verdes, parques, jardines, cines, espacios para la cultura, deporte y todo eso que no existe porque jamás existió en la mente de los desarrolladores de este espacio, en la que nunca se imaginaron que habría ciudadanos que en algún momento exigirían derechos humanos.
El presidente, rodeado de los dueños de Acapulco y de casi todo el gabinete, escuchó con atención lo que dije y movía la cabeza en señal de que estaba de acuerdo con lo que decía.
Al final, hice la pregunta que era: ¿si en el equipo de coordinación se estaba discutiendo la construcción de una nueva ciudad, un nuevo Acapulco, o si solo se estaba pensando en parchar la ciudad? El Presidente habló generalidades pero nunca respondió al cuestionamiento. Ahorita podemos confirmar que se optó por tratar de volver a poner las cosas lo más cercano a como estaban.
Aparte de la tragedia humana e infraestructural provocada por Otis, está la tragedia ecológica, donde tampoco hemos visto una respuesta. Dicen que cuando lleguen las lluvias, se iniciará una fuerte campaña de reforestación. Hay que esperar, no falta mucho.
Pasa Otis y Acapulco continúa con sus mismos problemas pero más graves: contaminación de las aguas, falta de vialidades funcionales y en buen estado, inseguridad, etc.
En Acapulco Diamante, con la complicidad de las autoridades, se construyeron edificios caros millonarios y ahí se hizo el fraude inmobiliario más grande que se conozca al venderle a los ricos, departamentos costosísimos, a altos precios, con departamentos construidos en vidrio y cartón. Ahí sigue la devastación que provocó Otis.
Edificaciones sin plantas tratadoras de agua. Sus aguas residuales las arrojan al mar, han privatizado las playas violentando la ley, todos los reglamentos posibles para ofrecer la cercanía del turista y de sus condóminos al mar. Han cerrado los accesos al mar para el público.
Esta es la ciudad que han construido los turisteros para los turistas. Una ciudad excluyente y que a sus pobres los oculta tras los cerros incendiados. Cuando veo los autobuses de pasajeros Rena-Zapata, me remiten al cine en blanco y negro, como aquella ciudad, metrópolis, la película de Fritz Lang donde estaba la fábrica y en otro, oculto, las barracas donde vivían los obreros.
El Acapulco de hoy y la película alemana solo es una aterradora analogía de lo que el negocio del turismo, la corrupción del gobierno y de la sociedad, han hecho de la cultura del ocio.
¡Ahhh! Se me olvidaba decirles que casi concluyo de armar el rompecabezas pero la lógica me indica que me sobran o me faltan piezas.
* texto leído en el Foro: Diálogos por la Reconstrucción de Acapulco.