Misael Habana de los Santos

En la arena, en el mar de Barra Vieja hay un julio , nublado, acalorado, lluvioso, que nos aprieta el cuello sin ahorcar; el vapor arroja nuestros cuerpos mojados a buscar cobijo bajo las palmeras borrachas que provocan por ósmosis una cruda qué tal vez nos cale las próximas horas o hasta agosto.

A la orilla del mar donde revientan las olas silenciadas por unas bocinas que replican los clásicos de La luz Roja de San Marcos, del Mar Azul, cumbias que con su tum tum golpean el pecho, generan un temblor que va de las manos hasta los pies, afecta a los brazos, el tronco, el culo, las piernas, un trastorno muscular que concluye alterando las cuerdas vocales hasta cantar y bailar: “Al llegar la noche que me encuentro solo/ vago por el mundo como una sombra/ abro una ventana miro hacia el cielo y siempre te digo: no te tengo miedo, Soledad, Soledad, Soledad…” ¡Y eeya Mayeya ! como dice mi paisano de Costa Chica Tico Mendoza.

Barra Vieja está de fiesta por su Segundo Festival del Pescado a la Talla. Según las autoridades morenistas del lugar, es el primero pero se dejó de hacer muchos años. Después lo tomaron los priistas de Playa Bonfil que han hecho un evento donde la cocina tradicional ya no es el anfitrión, ya no es la figura principal de la representación, sino es el negocio, escuelas de gastronomía, marcas, la grilla, dinero, dinero y…, otras aristas del evento que descartan la convivencia familiar y popular.

Casi 100 cocinas, restaurantes, ramadas, en libre competencia ofreciendo lo que siempre entregan a sus comensales mismos, lo que saben hacer, donde solo sobresale el sabor del pescado, los mariscos, el chile con el estilo de las cocineras, de las mayoras de vestidos coloridos que gobiernan en sus humeantes cocinas de leña, las que en partes iguales recibieron los 500 kilos de huachinango que les entregó el Ayuntamiento de Acapulco para ofrecerlo en rima de sabores y colores a los presentes, sin exclusión social o económica.

La presidenta municipal Abelina López Rodríguez inauguró después de las cuatro de la tarde el convite gastronómico cuando a la negrada ya le rugían las tripas de hambre.

Los más arrechos bailaban con la música del sonido hasta que la fiesta se hizo de verdad con la participación de Súper Fórmula Musical que abrieron con un popurrí de Acapulco Tropical sin “k” que fue como maná para los que bailaban arrinconao..

Acompañaban a la presidenta municipal todo esa burocracia “empresarial” de siempre y que vive pegada al dinero público. Eternos representantes de restauranteros, hoteleros. Un reportero incipiente preguntó a otro que a quien representaba el representante de alguna sigla, el otro respondió “ponle lo que quieras que al fin no representa a nadie”. Así las cosas con estos “empresarios” que hacen negocios solo con el gobierno.

Pero más allá de estos detalles, el festival fue un éxito: mucha comida, para todos, cero alcohol—creo que cada quien llevaba sus estimulantes porque la gente se veía contenta — y siempre una sonrisa de los anfitriones.

Ceviches, quesadillas, camaronillas, picaditas, pescado a la talla, pescado al mojo, pescado al chingadazo, camarones a la diabla, cocos.

Y un baile que ahuyentó la tristeza hasta la laguna donde a esa hora en la iglesia y en su atrio se realizaba una misa de réquiem; pero la cumbia hizo lo suyo y reunió a los hombres que dispersó la danza.

La negrada levantó el polvo, alivianó sus corazones cansados, sacudió su infraestructura física y su superestructura ideológica donde todos estaban vivos hasta el que nació un día que Dios estaba enfermo.