Misael Habana de los Santos

Misael Habana de los Santos

Una conversación continua, conmigo y con ustedes, con todos nosotros, ha sido este viaje.

Un diálogo con las casas, las piedras, las ruinas, las torres modernas, los letreros que ganan adeptos para las marcas, las de aquí, las de allá, en este continente escenario de guerras y harto de parir historia, el que a veces en vez de ir más pasos adelante voltea la vista y da pasos hacia atrás.

En este cielo neoliberal, global, propiedad de los dueños del dinero, y a pesar de eso , los desterrados, los descamisados de acá y de allá, somos una gran multitud amiga, que se codea con palabras en la gran procesión del destino en busca de la felicidad.

Después de espulgar algunos de los rincones de Alemania, Finlandia, Holanda, arribo a Portugal y todo me es familiar, el color de piel, la lengua, la comida, el piri piri, una salsa de chile rojo más ácida que nuestro picante habanero; todo ello, y otro factor común la pobreza.

Sobre todo ello, el calor humano , la amabilidad de la gente luza que contrasta con el extravío de los blancos del centro y norte de Europa, su clima casi frío y robótico de los alemanes y finlandeses.

Este martes despegué del aeropuerto de Oporto rumbo a Madrid y de golpe me vino la saudace (saudaye, creo que así se pronuncia) qué tal vez remediaré pronto, si la vida me da oportunidad, regresando a la dulzura de esta nación que habla con la música y la lírica del fado.

“En una casa portuguesa se ve bien/ Pan y vino en la mesa/ Y si alguien llama humildemente a la puerta/ Siéntate a la mesa con nosotros. /Esta franqueza está bien/ Que el pueblo nunca lo niegue/ La alegría de la pobreza /Es en esta gran riqueza
Está nesta grande riqueza/ para dar y ser feliz/ cuatro paredes encaladas/ Un aroma de romero /Un racimo de uvas doradas/ Dos rosas en un jardín./ Un San José de azulejos: Más sol de primavera: Una promesa de besos/ Dos brazos esperándome/ Seguro que es una casa portuguesa.” Canta Amalia Rodríguez en un fado alegre de Lisboa.

Conocer la cultura de acá de este lado del charco ayuda a conocer y a fortalecer nuestra identidad, la que sea, la de México, la del continente Americano. Y este conocimiento de lo externo nos ratifíca que lo único original, lo propio, son las expresiones de nuestros pueblos originarios.

Lo demás es prestado, impuesto, asimilado, rehecho, digerido… por ejemplo, el mito de la mexicanidad del chile, los aguardientes (en Portugal vi plantas de agave) la talavera, las ollas de barro, la arquitectura y la gastronomía.

Y también ellos, los alemanes, españoles, portugueses, llevan la marca de las culturas que los avasallaron, que los conformaron, los griegos, los romanos, los árabes.

Al ver y admirar la impresionante arquitectura de las ciudades de Portugal, Lisboa, Oporto, Coímbra, uno no puede dudar de que ahí hubo mucha, mucha riqueza, un imperio que embelleció sus palacios, sus Iglesias, sus calles de banquetas construidas con mármol, que urbanizó sus ciudades con un exceso gótico, barroco, casi grosero, de una riqueza que ofende, consecuencia de el saqueó colonial del oro de Brasil y las maderas preciosas de África.

La conversación continuará en la próxima colaboración.