Misael Habana de los Santos.

No entiendo por qué la infelicidad puede crecer en tierras fértiles para la vida de cualquier ciudadano en un país tan hermoso como Estonia.

Una nación poblada de árboles y aguas azules que se mezclan en las aguas verdosas del mar Báltico que abraza con sus brazos de hielo a una parte del territorio de Estonia.

Según los especialistas en felicidad, los estonianos andan a la baja rayando en la infelicidad que no se compara con la alegría y el optimismo de sus vecinos, los nuevos ricos de Europa, los filandeses, los que con su dinero hegemonizan a los llamados países Bálticos.

Esta gráfica gris se revela en los rostros de los habitantes de esta ex república socialista, en la tristeza que habita en sus rostros adustos, ausentes, y en donde los jóvenes solo quieren crecer para volar, emigrar, como los cisnes que habitan en sus ríos, lagunas y la ciudad.

Estonia es un país con ciudades y edificios medievales conservados, intactos, donde el neoliberalismo moderno viene asentando sus reales.

Tallín su capital es de calles angostas, empedradas, que suben y bajan, se hacen tan estrechas que se enredan en nudos, llegan a boca calles que se estrechan como gargantas que en el pasado, en el medioevo , cuando fueron trazadas, impedían el paso de las carreta jalada por los percherones.

 

Un cordón de balcones se besan y apuntan sus techos de dos o cuatro aguas hacia el cielo como pretendiendo hablar con Dios.

Un gran territorio que tiene un poco más de mil 500 islas rodeadas de aguas frías y salinas que caracterizan al mar Báltico.

La capital del este país, exmiembro de la Unión de República Sovieticas Socialistas, la URSS, la patria creada por Lenin, apenas alcanza los 400 mil habitantes.

Digo que es un inmenso territorio verde y azul porque su población joven, no rebasa los 2 millones de habitantes.

La presencia de la cultura rusa aquí es tan imponente como la cátedral misma de Alejandro Nevsky que hegemoniza imperial el espacio aéreo y arquitectónica de esta ciudad medieval que se pretende moderna con sus escasos malls, galerías, que ofrecen productos de marcas de trasnacionales de la moda y la perfumería como las que se venden en todo el globo neoliberal.

Por su ubicación estratégica, Estonia ha sido territorio de paso de aventureros y obvios intereses hegemónicos de las grandes potencias, desde la Rusia zarista pasando por la comunista, fue una de las 15 repúblicas que conformaron la URSS; de Alemania y Hitler; de Stalin y el comunismo; de los Estados Unidos y sus intereses; de Dinamarca y Finlandia.

Este último país apoya su altísimo desarrollo con la mano de obra barata proveniente de aquí.

Los turistas finlandeses y algunos de otros países viajan en grandes grupos en ferris a emborracharse y recorrer sus hermosas ciudades que es puerta de entrada al país que gobierna Vladímir Putín.

Entre castillos, iglesias y fortalezas sobre colinas que dominan el océano, con un viento frío y suave, Tallin, su capital, se despereza mirando el mar Báltico, como lo ha hecho en sus más de mil años de soledad, que ha sido condenada tan solo por ser puerta de lado entre el este y el oeste.