Misael Habana de los Santos

 

Nos vemos en mayo le dije a mi hija mayor y emprendí puntual mi compromiso con rumbo al otro lado de el charco.

 

Mi base es Gallus, un barrio de Frankfurt-capital financiera de la poderosa y hegemónica Alemania dentro del mundo europeo – cruzado por modernos tranvías, poblado de pequeños bares, restaurantes y cafeterías dónde arabes y libaneses beben cervezas bajo un clima de 15 grados centígrados, que para este oaxacapulqueño es helado como La Siberia. Yo en cambio desde que llegué aquí no he parado de beber café hirviente y un pan lleno de semillas que llaman Körnerbrötchen.

 

Por la mañana emprendimos el camino para cumplir el primer compromiso de una apretada agenda diseñada por Ariadne, mi hija mayor y anfitriona, que concluye a mediados de junio en Portugal y España.

 

Después de cuatro horas de viaje en auto arribamos a territorio holandés a través de amplias, planas y cuidadas autopistas las que al atravesar grandes poblaciones o ciudades, por dispositivos técnicos, hacen que disminuya el ruido del automotor y la fricción de neumáticos sobre el pavimento.

 

Y a uno y otro lado de la vía la campiña neerlandesa se pierde en un universo de franjas y curvas de colores primarios como cuadros del paisajista Piet Mondrian (1872-1944) que se destraban de los clavos en las galerías y salen de los museos para instalarse definitivamente en el lugar al que pertenecen.

 

Viajamos en un Mercedes que al pisar la tierra de Erasmo de Rotterdam baja su velocidad al límite establecido por las autoridades locales, no más de 100 km por hora, lo que para un Alemán es correr a velocidad de una carreta. Aquí el autor de Elogio a la Locura es el personaje principal la mejor universidad y pública lleva su nombre.

 

La uniformidad arquitectónica antigua de la segunda más grande ciudad de Holanda confronta y tiende lazos de hermandad, de diálogo con las modernas edificaciones sin hegemonizar el espacio visual pero sin perder notoriedad de su belleza estética.

 

Como los departamentos cúbicos de color amarillo del arquitecto Piet Blom, un conjunto habitacional de 40 casas que los turistas le hacen la vida imposible a sus habitantes por un no despreciable puñado de euros.

 

El edificio tubular que guarda market hall, el mercado de quesos y comidas, es una voz más del coro arquitectónico del viejo centro portuario del histórico Rotterdam.

 

En ambos lados del helado Río Mosa que divide en dos a este gran puerto, espacio de agua y cielo bien aprovechado por los arquitectos y artistas holandeses para trazar el perfil de modernidad y vanguardia a esta ciudad que también se le conoce como la nueva Manhattan.

 

Aquí como en toda esta nación plana, verde, pintada en acuarela por sus tulipanes, hay un ciudadano súper empoderado, el ciclista, son miles, tal vez millones, que circulan haciendo sonar la campana de sus caballos que corren por las ciclovías y que van hacia todas partes, incluso, encima de los transeúntes.

 

Y cómo no, si hay 18 millones de bicicletas en un país de 17 millones de habitantes.

 

Y aquí también hay un mexicano, Santi Giménez, que juega en el mejor equipo de fútbol de la liga Holandesa (Feyenoord Rotterdam), próximo campeón del torneo, que es el que más goles mete en la redes.